Por qué no hay saqueos en Japón
El mundo comienza a preguntarse cómo es que en Japón no ocurren saqueos.
También hay interpretaciones disparatadas como que en medio de un terremoto los japoneses actúan con tanta templanza como si estuvieran en una boda. Naturalmente no es así, los japoneses están aterrorizados … pero también entrenados cuidadosamente por un sistema social que es preventivo y solidario.
¿Entonces los japoneses son superiores a todos los demás? ¡Momentito! Los japoneses son tan humanos como cualquiera y si les querés buscar la vuelta podés escribir libros sobre sus debilidades, pero nada ganarías con ello salvo demostrar tus peores bajezas.
Occidentales saqueando, japoneses aguardando.
Lo que le haría bien a todo el mundo es reflexionar un poco acerca de por qué en nuestro planeta conocido cuando todo para de temblar, aparecen los saqueadores y luego vienen los especuladores que quieren obtener lucro con la desesperación de otros. No los critiquemos demasiado, es la condición humana más que una característica personal. Los robos, la delincuencia en general, el abuso, no es que no existan, pero son una rareza fuertemente castigada más que por la ley, por la sanción social. ¿Qué japonés querría relacionarse con alguien que no tenga honorabilidad?
Nuestra condición humana occidental hizo que hasta en el educado sudoestede Inglaterra se robaran los paquetes gratuitos de agua embotellada, que los respetuosos chilenos devastaran almacenes tras el terremoto y que el huracán Katrina en Nueva Orleáns le demostrara a los estadounidenses que estas horribles cosas pueden pasar en el primer mundo.
La gran sorpresa para muchos es que los japoneses han logrado superar esta debilidad de manera consistente y será tiempo bien empleado tratar de encontrar las razones de un mérito tan impresionante para ver si son transplantables.
Podríamos comenzar por los tapabocas que en occidente los usamos para no contagiarnos y allá se los ponen para no contagiar a otros. Y podríamos continuar con los comercios que cuando se produce una crisis aumentan los precios para curarse en salud, en tanto que en Japón los bajan como una muestra de solidaridad con quienes hasta ayer fueron sus clientes.
——————————————————————
Mil grullas pueden ayudar. Si realmente querés entender el espíritu japonés, podrías mirar el blog (http://las1000grullas.wordpress.com/about) de una japonesa que vive en Madrid y en su desesperación pide que la ayuden a velar por su país ¡construyendo grullas de papel!
Si te parece gracioso sos un nabo; seguimos condenados a un individualismo ilimitado, en lugar de contagiarnos un poco del sentimiento gregario explorado en sus mejores facetas. Los japoneses se aconsejan entre sí: “Si te caíste, levántate siete veces”, en tanto acá damos por seguro que si zafamos dos veces, en la tercera la quedamos.
Así que andá a comprar papel y empezá a hacer grullas, quizás no ayudes a los japoneses, pero seguro que te ayudarás a vos mismo a tener una percepción mas solidaria.
———————————————————————-
Hasta el Anime japonés se puso a tono con la nueva responsabilidad.
Nos pareció muy interesante lo que escribió Eduardo Orbea para Univisión: “¿Por qué no se reportan saqueos en Japón tras el terremoto del viernes? Por una simple razón: La sociedad japonesa privilegia el bien común por sobre el individualismo”.
Orbea coincide absolutamente con la argentina Mariana Trigo Viera, cuyo artículo en La Nación transcribiremos textualmente, amparados en nuestra mutua pertenencia al GDA. Seguro que te gusta su opinión y si es así, podrías escribirle a mtrigroviera@lanacion.com.ar.
La ventaja de Mariana es que no toca de oído, vivió en Japón varios años y tiene un blog sobre Japón al cual también nos referiremos.
“Ahora seguro suben los precios de los productos de primera necesidad”, me dijo un amigo refiriéndose al desastre que hoy sigue viviendo Japón. “No creo, no los imagino haciendo eso”, le contesté. Es que no se manejan de esa manera, frente a una catástrofe de esta magnitud. A ningún japonés se le ocurriría hacer negocio con la tragedia.
Para algunos será difícil de entender y a otros les generará hasta un poco de envidia, pero la realidad es que en Japón no hubo saqueos ni grandes disturbios tras los terremotos y posteriores tsunamis. De hecho, la policía sólo salió a las calles a rescatar ancianos, niños y ayudar a los más damnificados. No fue necesario que marcaran los límites porque cada uno de los ciudadanos tiene bien en claro cuáles son.
La sociedad nipona tiene un pensamiento de tipo grupal y eso es una gran virtud en momentos como este. No hay espacio para el individualismo. La prioridad siempre es el otro y eso lo viví en vivo y en directo muchísimas veces, cuando se desvivían por ayudarme al verme cara de extranjera. Esa manera de pensar es la que los ayuda hoy más que nunca, es la que les permite darse cuenta que si hacen algo que perjudique al otro, se están perjudicando a ellos mismos.
Se me ocurre una pregunta: ¿Sabrán qué quiere decir la palabra “saqueo”? Digo, porque nosotros no necesitamos de un terremoto para experimentarlo. No sé si sabrán qué quiere decir, pero lo que sí saben seguro, es lo que significa vivir una catástrofe. De hecho varias generaciones de japoneses ya las han experimentado.
Pero. ¿dónde aprendieron a ser tan calmos, tan correctos? Me acuerdo que durante mi estadía, esa actitud muchas veces me llegó a poner hasta nerviosa, pero hoy los admiro, y me animaría a decir que no en cualquier otra parte del mundo sucede esto. “Y qué querés, son del primer mundo”, me contestarían muchos de ustedes. Creo que esta reacción no tiene que ver exclusivamente con el nivel de confort en el que viven, aunque reconozco que el no pasar hambre influye bastante. El respeto hacia el prójimo en absolutamente todas sus facetas y frente a cualquier escenario es parte de la idiosincrasia japonesa; es como si lo llevaran en su ADN.
Sin embargo, a pesar de haber vivido allá y de creer que los conozco bastante, me sigo sorprendiendo de sus conductas. Hoy Japón tiene problemas muy graves: las continúas réplicas, los tsunamis, la amenaza nuclear, el dolor, el miedo y otras tantas cosas; pero hay algo que tiene a favor y siempre lo tendrán, se tienen a ellos mismos. Mientras cada japonés se comporte en pos del grupo y del bien común, Japón seguirá caminando… y casi sin darse cuenta, nos están dando una lección a muchos de nosotros.
La autora trabaja en la redacción de lanacion.com y escribió el blog “Vivir en Japón” entre 2009 y 2010. En su blog también explica cómo se preparan los japoneses para un terremoto: http://blogs.lanacion.com.ar/vivir-en-japon/videos/que-hacer-durante-un-terremoto/comment-page-1/#comment-3760
Japoneses y rioplatenses. El editor de viajes estuvo quince días en Japón gracias a una invitación que le formulara la embajada en 1989, semanas antes de que el Presidente Julio M. Sanguinetti llegara a Tokio y se sumara a la delegación. Pasó mucho tiempo, pero hay cosas como estas que no cambian.
Me alojaron en el hotel más lujoso, ubicado en los jardines imperiales y en el barrio Akasaka, una zona del casco histórico empeñada en recordarme a las tres de la madrugada que en ese momento eran las tres de la tarde hora uruguaya. Imposibilitado de dormir, deambulaba en proximidad de las casas de Geishas y contemplaba divertido cómo con sus kimonos se las ingeniaban para meter en taxis a sus clientes borrachos, cuidándolos como si fueran sus mamás. Todo en medio de un ambiente donde se respiraba absoluta tranquilidad.
Caminando, caminando, llegué hasta una zona particularmente oscura y deshabitada. Allí, apenas iluminado por un farolito, encontré un expendedor automático. ¡Qué novedad! los hay por todos lados y a nadie se le ocurriría saquearlo. Pero en este se vendía whisky y esa bebida tiene impuestos monumentales en Japón, así que el valor de la máquina, incluido el whisky y el dinero de las compras, podía estimarse en no menos de 10.000 dólares. Cero hipótesis de saqueo.
Ahí fue donde comencé a sospechar que entre los japoneses y los rioplatenses había diferencias sustanciales. La prueba final la tuve varios días después cuando, aburrido de que me llevaran de un lado para el otro mostrándome las magnificencias de un país que es maravilloso, no cabe duda, se me ocurrió zafar de la guía e intérprete y tomarme un subterráneo hasta el final de la línea para descubrir al verdadero Tokio.
Transcurrida una hora, me aburrí y bajé, no sin antes separar un billete de cien dólares del rollito de cuatrocientos que llevaba conmingo… precaución totalmente válida hasta en el Vaticano. Cuando bajé del tren, me vi arrastrado por una marabunta de japoneses en hora pico y en una de las estaciones más concurridas de la red. Mientras avanzaba comprobé que los carteles ya no eran bilingües, solo estaban escritos con esas hormigas aplastadas que son los ideogramas japoneses.
Desesperado me trepo en busca de un remanso y desde allí veo que un japonés muy sonriente avanza entre la marea saludándome con la mano. Quedé de una pieza y mas lo quedé cuando, tres las consabidas tres inclinaciones, me entrega trescientos dólares y se va, no sin que antes el perplejo uruguayo balbuceara un “domo arigató goshaima s’ta” aprendido a duras penas con la intérprete. Lo que había ocurrido es que ese dinero se me cayó en la maniobra destinada a impedir que me lo robaran, y la milenaria cultura nipona se estaba burlando de mi incapacidad de entenderla.
Chistes uruguayos en japonés. Pues bien, igual que Mariana Trigo, yo también quedé enamorado de esta y otras facetas de los japoneses quienes, para nuestra sorpresa, simpatizan de inmediato con los uruguayos y tras leer a Mariana, comprendo que también a ellos. Un legislador japonés que para mi sorpresa y para desconcierto de la intérprete, me pidió que le contara el último chiste que que circulaba en Montevideo, se tomó el trabajo de compartir su explicación de por qué nos llevamos bien.
Dijo algo así: “Los uruguayos son desfachatados, la contracara de la actitud protocolar. El humor uruguayo es irrepetible, sagaz y con final inesperado, refleja la personalidad de su pueblo.” Ellos aplican a rajatabla la compostura protocolar… pero en el fondo la odian y agradecen la presencia de alguien que no la tiene en cuenta. Podemos inventar chistes y frases ingeniosas, que ellos podrían utilizar pues inteligencia y cultura les sobra, pero se estrellan contra el freno de un respeto excesivo al otro. Un sentimiento parecido al que los hace llevar tapabocas apenas estornudan, para cuidar a todos los demás.
¿Y esto que quiere decir? ¿Qué son angelitos impermeables a la corrupción y tan pacíficos que no cometerían ningún acto de violencia? De ninguna manera, se han puesto en evidencia estafas que harían palidecer al peor sinvergüenza uruguayo y el atentado con gas sarín en el subterráneo de Tokio, les mostró que también entre ellos se cría alguna gente deleznable.
Pero en relación con su demografía los casos son excepcionales y tampoco son populares, la gente común es así de adorable sin más vuelta. Les preguntás algo y se desviven por ayudarte, desmintiendo esa teoría de que las urbes superpobladas deshumanizan a la gente. Increíblemente por la calle casi cualquiera tiene idea de dónde queda Uruguay y eso no tiene que ver con el fútbol, sino porque tienen una educación universal y excelente. Andá a preguntarle a un alemán dónde queda Uruguay y en qué idioma hablamos.
Tomá mate y avivate. ¿Te imaginás una sociedad que sume lo mejor de los japoneses con lo mejor de los rioplatenses? Capaz que el mate ayudaría, pues la ceremonia del te es un poco engorrosa y no ayuda al afecto familiar y amistoso. Así que a Mariana se le ocurrió enseñarles a tomar mate.
Supuso que no les gustaría para nada, así que aprontó el te verde, café y todas las bebidas posibles e invitó a varias señoras a un desayuno. ¿Qué pudo haber pasado? Te llevarás una sorpresa y comprobarás lo que digo de que nos llevamos muy bien con los nipones, por eso te aconsejamos que mires sin falta este video:
En aquél lejano entonces, diplomáticos japoneses me confiaron que para ellos era muy deseado un destino profesional en Uruguay, pues aunque no aportara demasiado para su carrera, era un lugar donde sus hijos y ellos mismos hacían amigos inmediatamente, podían ir solos a la escuela y las casas eran confortables y grandes. Cuando viajaban al interior del país, los impresionaba y hasta asustaba, la inmensidad de territorio sin nada sembrado ni ganado pastando, quieta e improductiva como desde que el mundo es mundo.